Candleford y Heatherly son lo más parecido que he sentido nunca a montarme en una máquina del tiempo y viajar al pasado. Porque no son novelas al uso, sino más bien un conjunto de recuerdos y descripciones de usos y costumbres ya desaparecidas y que se han quedado fosilizadas en estas memorias de Flora Thompson, que nos lleva a los últimos 10 años del siglo XIX, los momentos finales de la era victoriana. Para las flipadas por este período y su literatura, a mí estas obras me parecen de lectura obligatoria, porque Thompson no solo describe, sino que emociona.

En lo personal, disfruté más con su anterior Trilogía de Candleford, quizás porque se narra su infancia y paso a la adolescencia, y también su despedida de la casa de sus padres y su salida al mundo, y esos momentos siempre me dejan el corazón encogidito. Aquí, la vemos ya adulta, en su veintena, instalada en el ficticio pueblo de Heatherly, correspondiente en la realidad con Grayshott, donde Flora ejerció como trabajadora de la oficina de correos. El libro tiene altibajos, con momentos, a mi parecer, de excesiva descripción paisajística, pero otros sublimes en tanto que centrados en las emociones y vivencias íntimas de Laura/Flora y sus vecinos. En este sentido, hubiese agradecido más detalles en torno a Laura/Flora misma en cuestiones que no son mencionadas apenas en el libro: la relación con sus padres y hermano, cómo conoció a su marido, que ni siquiera vemos y no sabemos quién es, o incluso cómo fue su vida después de Heatherly.

Con todo, creo que lo importante es tomarse estas obras como lo que son: memorias costumbristas de la campiña inglesa. Vamos, lo que viene siendo mi mierda